Laura se dio cuenta de que lo que sufría su hija algunas noches no eran simples pesadillas. «Se despertaba gritando como una loca con cara de terror, me apartaba cuando intentaba abrazarla para tranquilizarla e incluso a veces se levantaba de la cama», cuenta. La niña tenía los ojos abiertos durante los episodios y de la misma manera que llegaban… acababan. «De repente se le pasaba y se volvía a dormir. A la mañana siguiente no recordaba nada. Ni un mal sueño ni que se hubiera despertado por la noche», explica Laura. Tras comentarlo con la pediatra, descubrió que lo que sufría su hija eran terrores nocturnos.
«Esta parasomnia afecta al 50% de los niños durante la primera infancia y va disminuyendo con la edad», explica Milagros Merino, responsable de la Unidad Pediátrica de Sueño de La Paz y miembro de la Sociedad Española del Sueño. Se produce durante la fase de sueño profundo no REM (a las dos o tres horas de dormir ) y puede tratarse de episodios breves (de escasos minutos), pero «también pueden prolongarse hasta 30 minutos, de forma esporádica o con frecuencia (desde varias noches por semana, a varios episodios en la misma noche)», explica Juan Pareja, responsable de la Unidad del Sueño del Hospital Quirónsalud de Madrid. Durante estos episodios, los niños están dormidos, pese a que su conducta aparente que están despiertos, mientras sufren dilatación de pupilas, taquicardia, hiperventilación y sudoración profusa.
La causa que lo provoca «es un trastorno conocido como despertar parcial, donde los pacientes quedan atrapados en un estado ambiguo, con actividad motora y emocional, pero sin consciencia ni memoria, e incapaces de reanudar el sueño o de despertar por completo y adquirir control de sus actos. Es como si se despertase el cuerpo pero no la mente«, cuenta Pareja. «Los mecanismos cerebrales que nos permiten movernos durante el día se activan de forma exagerada en esta fase del sueño y se da esa disociación» debido, en parte, a la inmadurez del cerebro de los niños, según explica la doctora Merino, aunque también influyen la falta de sueño, el estrés o la fiebre. El factor genético tampoco se puede obviar, ya que «el 80% de los niños que padecen terrores nocturnos tienen algún familiar cercano que también los ha sufrido», explica Dolors Mas, psicoterapeuta y colaboradora de Siquia.
A pesar del gran susto que supone para los padres, el doctor Pareja recalca que «durante estos episodios los niños no tienen consciencia. No sufren. La expresión de miedo o terror es automática». Pero nada tiene que ver con sufrir pesadillas, que se producen en la fase REM del sueño. «Éstas consisten en la ensoñación de escenas de peligro que amenazan la seguridad del individuo. Cuando despiertan, los pacientes son plenamente conscientes y comprenden que sólo era un mal sueño. El terror nocturno es diferente ya que los pacientes no recuerdan nada».
¿Cómo solucionarlo?
Si bien se trata de un trastorno benigno sin consecuencias para la salud que, en la mayoría de los casos, no requiere tratamiento, es necesario seguir ciertas pautas para evitarlos o minimizarlos, según explican los expertos. Mas afirma que hay situaciones que pueden hacer más frecuente el problema, por lo que los padres deben «evitar situaciones de ansiedad, que los niños tengan falta de descanso o estén muy cansados -lo que puede provocar que las fases del sueño profundo sean aún más profundas- y llevar una buena rutina de sueño». Si se tratara de un caso severo, habría que recurrir al médico especialista, ya que es posible que se requiera un tratamiento farmacológico. «La melatonina da buenos resultados», explica Merino.
El terror nocturno «no puede interrumpirse por estímulos externos, ya que se trata de un proceso cerebral que terminará independientemente de estas acciones. Por tanto, los intentos de que el niño explique lo que le ocurre, de consolarle o de tranquilizarle son inútiles», explica Pareja. Así que, ante esta situación, mantenga la calma, vigile que su hijo no se haga daño y permanezca a su lado hasta que pase.