Hace unos días, tenía en la consulta a unos padres jóvenes – pero no debutantes – de tres hijos, entre los 10 y los 17 años. Acudían, porque necesitaban pautas para “llegar a sus hijos”; la menor, está en aquella edad de “tierra de nadie”, en que se preocupa más por sus múltiples “novios” de la escuela – lo cual los padres saben a través de la hija mediana pero no directamente – que por los estudios; la hija mediana, llegada a la pre-adolescencia, no cuenta nada porque “mamá, no te enteras” y “papá, ¿no sabes nada o qué?” y el hijo mayor, adolescente, entra en casa para cambiarse de ropa o de mochila y volver a salir, o pedir dinero, “ voy con mis amigos y no me controles por whatsapp!” En esas estamos que, Pablo y Ariadna se empiezan a encontrar con tres personas en casa a las cuales no saben cómo tratar y no saben si deben ser sus amigos para que les cuenten “sus cosas”.
¿Puedo y debo ser amigo de mis hijos?
Como ya dijimos en un anterior post, “Mi hija es mi mejor amiga, ¿amor de padres o realidad factible?” los padres caen en los extremos de una forma peligrosa y confunden la complicidad con la amistad. Es, en este punto, cuando ya es algo tarde para salirse de la trampa: nos consideramos “los mejores amigos de nuestros propios hijos” siendo que esto genera en los adolescentes desde inseguridad hasta ansiedad y muchos no se sienten respetados mientras que, ante tanto conflicto, los padres se ven incapaces de manejarlos puesto que no entienden qué ocurre ahora: sus hijos se enfadan si les tratan como figuras de autoridad pero, también, como amigos, ¿qué ocurre?
La amistad anula la autoridad de los padres: no es posible que ambos conceptos se den, a la vez, en el rol de padres porque sus fines son distintos; la autoridad educa, la amistad no lo hace. Para poner un ejemplo, una regla no será tomada en serio si la figura del padre se ha convertido en “amigo” porque ha perdido autoridad, y, por tanto, no podrá sancionar.
Sus hijos pueden tener muchos amigos pero sólo un padre y una madre. Imaginemos que los padres son los amigos de los hijos, entonces ¿quién educa? ¿de quiénes recibirán los hijos la formación sobre valores, integridad, moral,…? Por tanto, todos los hijos, independientemente de su edad, necesitan un padre y una madre, por un lado y amigos, por otra.
Desde la perspectiva de diferentes psicólogos
Así, veamos la cuestión desde la perspectiva de diferentes psicólogos; los padres deben ser cautelosos con la expresión ´no cuenta nada´ referida al hijo, puesto que hay cosas que los hijos no cuentan – ni contaron ni contarán- a los padres, como lo referente a sus sueños y pesadillas, al primer amor, a ideas de suicidio y pensamientos de fuga, sus preocupaciones, lo que les dicen sus amigos, sus creencias religiosas, el temor a quedarse solos por un accidente de los progenitores…», asegura Javier Urra, psicólogo y autor de ¿Qué ocultan nuestros hijos? (La Esfera de los Libros). Y añade que durante la adolescencia «los hijos están ganando autonomía y necesitan distancia, silencios, hasta pequeños secretos porque son una parte necesaria de la evolución hacia la madurez”.
De alguna forma, siguiendo la misma línea, Javier Elzo, autor de El silencio de los adolescentes: lo que no cuentan a sus padres ( Temas de Hoy), sostiene: “No sólo es normal que los adolescentes no cuenten algunas cosas en casa; es sano, correcto y beneficioso; hay una zona de intimidad en las personas – y también en los adolescentes- que hay que preservar y es bueno que se preserve; los padres no tenemos por qué saber todo lo que hacen o dejan de hacer, piensan o dejan de pensar nuestros hijos”.
Sin embargo, según Pilar Guembe, pedagoga y coautora, con Carlos Goñi, de No se lo digas a mis padres (Ariel) y No me ralles (Nabla); «A los adolescentes siempre les ha costado hablar con sus padres y a los padres con sus hijos; lo que ocurre es que la comunicación es ahora más necesaria porque las condiciones educativas han cambiado muchísimo: hemos ganado en libertad y expectativas, pero hemos perdido en autoridad y respeto, y la sociedad es más compleja y hay más variables que controlar”.
¿Qué nos ocultan nuestros hijos adolescentes? ¿Es lo mismo que mentir?
Lo cierto es que, la inmensa mayoría de las ocasiones, aquello que nos “ocultan” son cosas que – a ojos del adulto – pueden carecer de importancia pero, sin embargo, para ellos constituyen un mundo; el primer chico/a que les gusta, el primer beso, dudas sexuales, dudas sobre la diferencia entre enamoramiento y amor o, incluso, dudas vitales y existenciales más profundas; ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿qué pasará después?…
Pero, demasiadas veces, mientras los hijos desearían compartir estas inquietudes con sus padres, se encuentran con unos padres que -nada más abrir la puerta – son más fiscalizadores y tienen una batería de preguntas ya preparadas ¿de dónde vienes?, ¿has hecho el trabajo?, ¿con quién has estado?, ¿sabes a la hora que volviste? – pregunta redundante en si misma, ¡claro que lo saben! Estaban allí y, en la mayoría de las ocasiones, saben que, según la hora han hecho mal, pero sólo la pregunta les hace retroceder ante la posibilidad de pedir perdón o dar algún tipo de explicación – De cualquier manera, en el fondo, los padres actuales son más permisivos que los de generaciones anteriores y, por tanto, “…lo único que ocultan los jóvenes entre 17 y 18 es aquello que puede dañar …” según Urra.
Y, aquí, aparece el problema; ¿si ocultan información a sus padres, les mienten? En sentido estricto, sí. En un sentido más amplio es parcelar la información, evitando todo aquello que sea innecesario; por ejemplo, ¿es necesario decir la primera vez que se ha mantenido relaciones íntimas? Seguramente, dependerá del sexo del adolescente, de su edad, de su nivel de madurez pero, sobretodo, de su grado de confianza con sus padres, aunque – en un primer momento- es mucho más posible que se lo cuente a un amigo/a.
Según Urra, “ …la mayor parte de los secretos de los adolescentes son inocentes, y los que no los son es mejor que los compartan con otros adultos que no sean los padres…” Y, de hecho, es así; cuántas veces no nos hallamos en la consulta delante de adolescentes de 16 a 18 años, que piden acudir a sus padres a la consulta del psicólogo por “una crisis existencial” – de la cual también ya hablamos en otro post, o por inseguridades, timidez, baja autoestima,… y, en el fondo, buscan a alguien con quien poder comunicarse y hablar de todas sus inquietudes.
Por otra parte, muchos padres también se callan sus “pequeños secretos” delante de sus hijos por temor a perder su autoridad
¿Y cómo nos podemos comunicar?
Para poder establecer una buena comunicación, ante todo, debe existir un clima de confianza en que cualquier cosa se pueda contar sin miedo a que una parte se escandalice, riña o castigue y sin que la otra parte se sienta juzgada, oculte información o prefiera a otras personas para explicar “sus cosas” y, todo ello, sólo es posible si, a la vez, existe un respeto mutuo en que los padres fomenten que sus hijos sean autonómos y no invadan ni su privacidad ni su intimidad.
Según Guembe, “…es imprescindible que haya comunicación padres-hijo porque sin comunicación no se puede educar; si no hablamos con ellos no sabremos qué hacen, qué piensan o qué sienten y, sin saber esto, no les podremos educar…” Pero, obviamente, cualquier polarización se debe evitar; los padres que controlan a sus hijos adolescentes a través del what’s app durante todo el día, por poner un ejemplo, no van a conseguir así que la comunicación fluya sino, precisamente, el efecto contrario; los hijos se cierran en banda y hablan menos. Lo mismo ocurre cuando nos encontramos delante de los padres que agobian con preguntas – algunas indiscretas – o aquellos que, cuando tienen una oportunidad, les leen los mails o les repasan los mensajes del móvil. Quizás sería momento de pararse y preguntarse qué sentía cuándo tenía la misma edad de su hijo/a y su madre/padre le hacía algo parecido.
En su libro, Guembe sigue afirmando “…si los padres no respetan su intimidad, si sólo sermonean, si siempre hablan de lo mismo, si no les escuchan, si los hijos ven que se creen que lo saben todo y nunca se equivocan, será más difícil crear un ambiente adecuado para el diálogo…” Siguiendo con el ejemplo anterior, en lugar de controlarlos por what’s app cada cinco minutos, es mejor que – antes de salir- les pidamos que enciendan el móvil y no lo apaguen, por si fuera necesario ponerse en contacto, pero les hagamos reflexionar sobre que no es un hecho coercitivo sino la expresión de una mera probabilidad y que tenemos plena confianza en ellos. De alguna, así les enviamos el mensaje “estamos aquí”, es decir, dispuestos a escucharte, si hace falta, pero sólo si quieres y sin que signifique un tercer grado.
Obviamente, todo ello se debe haber empezado a poner en práctica desde pequeños; de nada sirve “nos vamos a portar bien” en plena adolescencia si resulta que nunca os habéis portado bien entre vosotros.
Esta claro que muchos padres de los adolescentes actuales están estresados y agobiados y, como dice Elzo en su libro,”…los chavales lo perciben y tienen un doble sentimiento: por una parte, la necesidad de hablar con sus padres de lo que a ellos les interesa – no de lo que les interesa a sus padres – y, por otra, algo nuevo que antes no se tenía, el temor y cierta preocupación por no dañar, no preocupar y no molestar a los progenitores…” Por tanto, no es tan sólo que el adolescente no cuente nada, sino que, demasiadas veces, lo hace por no causar más estrés o agobio en sus padres o para que no se acabe convirtiendo en un diálogo donde los padres ejercen casi de “hijos” donde cuentan aquello que es causa de insatisfacción vital y, por tanto, los hijos – temporales y transitorios “padres” – aparcan sus propios problemas ya que, ellos mismos, los consideran niñerías o poca cosa, en comparación con lo que cuentan sus progenitores.
¿Se equivocan los padres?
Muchos padres sienten que se equivocan o, incluso, que han fracasado porque no pueden o no saben establecer una comunicación fluida con su hijo/a adolescente, lo cual redunda en contra de la educación que les quieren dar.
En primer lugar, debéis tener claro papás que con vuestros hijos adolescentes, obviamente, se puede hablar y – como ya sabéis – que cuesta y es, por ello, que lo primero que debéis de tener claro es que no son niños; han crecido, han evolucionado, tienen sus propias ideas y, por ello, no les podemos hablar como niños sino como adultos.
Aún así, muchos de vosotros, creéis que la tarea no es ardua, sino imposible y decidís tirad la toalla; no lo hagáis, pensad en el futuro que os espera como una familia unida y recapacitar acerca de lo que soléis hacer mal los padres como:
- Ignorar la actitud del hijo/a por temor a la discusión No todas las conductas pueden ser ignoradas y, muchas veces, pasamos por alto cuestiones muy importantes que merecerían una larga conversación con nuestros hijos y, sin embargo, discutimos por nimiedades como dejarse una luz encendida, que debería ignorarse ya que no merece una discusión. Cierto es que el tiempo enseña el camino porque, afortunadamente, no existe un manual de instrucciones para ser padre… pero, tampoco, para ser hijo/a.
- Hablarles si estamos nerviosos. Es lo que solemos hacer. Cuando queremos hablar con nuestro hijo/a, es importante escoger el momento y lugar adecuado, incluyendo nuestro estado de ánimo, porque, de lo contrario, la “conversación” acabará convirtiéndose en otro de los muchos “sermones “ de mamá o papá y, por tanto, resultará totalmente ineficaz.
- No ser respetuosos con su intimidad. Es importante no invadir el círculo intímo de los adolescentes ya que estos son muy celosos del mismo; por ejemplo, no entré en su habitación como un elefante en una cacharrería. Por difícil que le parezca – ya sé que es su casa – intenté pedirle permiso antes de entrar en la misma y, aún así, si lo hace para conversar, debe ser ud consciente de que se halla en el territorio de él/ella mpezar, pero debemos tener en cuenta que estamos en su terreno.
- Repetirles siempre lo mismo. Ante esto, los adolescentes adoptan la conocida “mamá, me rallas” o “papá, me rallas”, con lo cual, acabaran desconectando de lo que sus padres estén diciendo por importante que pueda ser.
- Dar “sermones” o “broncas” Frases típicas de adolescentes; “hoy mi madre me ha vuelto a dar un sermón acerca de los chicos” o “ mi padre me ha dado una gran bronca por los estudios, total por haber suspendido siete, no es tanto, ¿ no crees?” Obviamente, se le debe hacer ver a los adolescentes que no les decís las cosas para fastidiarles sino por su bien pero, punto importante, sin perder los nervios porque, si eso ocurre, ya no existe diálogo y empezamos a decir todo aquello que no deberíamos decir o que, en realidad, no queríamos decir, de tipo negativo, polarizado, alguna que otra vez sacando de contexto las situaciones y, otras, siendo algo injustos. Hay que calmarse antes de hablar.
- No saber escuchar. Cuando esto ocurre, los adolescentes creen que sus padres no les entienden. Por tanto, es importante hacer una buena escucha de lo que nos cuentan nuestros hijos, prestándoles atención real, valorando sus opiniones, siendo empáticos, porque sólo así sabremos comprenderlos.
Aún así, debemos aclarar que, como humanos que somos, no sólo los padres se equivocan sino que, también, lo hacen los hijos. Y, esto que puede parecer una obviedad, demasiadas veces, debe ser recordado a unos adolescentes que consideran a sus padres como las personas que “les rallan” y ensalzan las virtudes de los amigos “ que no me defraudarán nunca”… ¡ cuánta vida por vivir!
¿ Cómo debe ser la comunicación?
La comunicación entre padres e hijos para que sea fluida, debe ser empática y basada en el respeto mutuo pero, además, debe cumplir una serie de requisitos:
- Interés sincero por “sus cosas” pero evitar agobiarlos con baterías inacabables de preguntas o controlarlos de forma estricta porque se encierran en si mismos y significa el fin de la comunicación entre vosotros.
- Cuando los escuchéis, intentad evitar las críticas, correcciones y castigos por hechos que nos puedan explicar pero que pertenezcan al pasado. El pasado esta pasado y ya no lo podemos arreglar.
- Durante la conversación, no les interrumpáis con constantes preguntas y si ellos hacen algunos silencios, respetadlos; a veces, los silencios, también, hablan.
- Es muy importante que la comunicación sea por ambos lados; si tu hija te explica, por ejemplo, que no sabe cómo enfrentarse ante una situación en la que hay el chico que le gusta, explícale una situación parecida que te ocurriera. Y, si todo ello, acaba en risas, mucho mejor. Eso sí, evita darle consejos, si no te los pide expresamente. Se trata mejor de que aprenda mediante modelaje y el modelo, las figuras de referencia, son los padres.
- Es muy importante reservar un momento del día – normalmente, por la noche, después de cenar, con la tele apagada o antes de ir a dormir , si estáis todos despiertos – y un lugar de la casa para hacer una “reunión familiar” en la que se comporta lo que se ha hecho, durante ese día, tanto momentos buenos como malos, pero sin forzar a nadie para que cuenta lo que no quiera. Es una manera de que las emociones fluyan en la familia y se comparten, dándole más importancia que a los hechos.
Pautas para mejorar la comunicación padres-hijos:
- No le hagas preguntas que sólo admitan como respuesta sí/no ya que impides que tu hijo/a se pueda explicar.
- No le des ordenes, como si fueras un padre/madre autoritario/a. Es mucho más productiva una sugerencia ya que, de lo contrario, tu hijo/a se sentirá controlado.
- Sé empático. No intentes ser una persona perfecta ante tu hijo/a; primero, la perfección no existe, ¿ lo sabías? Y, más importante incluso, a tus hijos les costará entender que “si eres tan perfecto/a”, le puedas comprender a una persona como él/ella que se equivoca. Recuerda que todos – absolutamente todos – cometemos errores.
- No infravalores a tus hijos. Sólo lo harás si te sientes “perfecto/a” pero, en este caso, tenderás a dar grandes lecciones a tus hijos que podrán llegar a sentirse incapaces de conseguir nada y, por tanto, ya no lo intentarán, ¿recordáis el ejemplo anterior del chico que suspendió siete asignaturas? Es un ejemplo. Obviamente, no todo es debido a la conducta de los padres pero estos , muchas veces, tienden al “a ver si te esfuerzas más porque yo, también, fui a este colegio y sacaba muy buenas notas” Con lo cual, si existe algún problema, el hijo tenderá a callarse y no contar nada.
- Es sumamente importante que cuando tus hijos te cuenten algo para ellos muy importante y “supersecreto”, guardes la confidencialidad ya que es la única forma de cultivar la confianza.
- Tener unas “islas” en que se pueda hablar con vuestros hijos sin interrupciones de teléfonos, móviles, what’sapp, televisión,…y puede ser durante la comida, la cena, antes de ir a dormir,…Pero es muy importante respetar el espacio y el tiempo, no vale “ lo siento, cariño, tengo que contestar a esto porque es muy importante” o “ ¿ verdad que no te importa que hoy lo “saltemos” es que dan el derby?” porque, llegará un momento, en que tus hijos se quejarán y perderán las ganas de seguir conversando. Por otra parte, no utilices este tiempo para criticarle, regañarle o castigarle; es muy posible que tu hijo/a se halla comportado de forma incorrecta pero tu papel es aportarle soluciones y orientarle en la búsqueda de su propio camino.
Bibliografía:
- ¿Qué ocultan nuestros hijos?, Javier Urra, 2009, La esfera de los libros
- El silencio de los adolescentes: lo que no cuentan a sus padres , Javier Elzo, 2000 Temas de Hoy
- No se lo digas a mis padres, Pilar Guembe, Carlos Goñi, 2006, Ariel
- No me ralles, Pilar Guembe, Carlos Goñi,Nabla ediciones,2007
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