Adicción a los psicofármacos

Actualmente, es muy habitual oír en las consultas de los psicólogos, tras haber iniciado una o dos sesiones de psicoterapia, un “sí, doctora, pero ¿no podría tomar una pastillita?«. En principio, una se queda de piedra, agradecida por ser elevada a los lares de doctora y viendo que su paciente no ha entendido nada de lo que se le ha explicado, entre ello la diferencia entre psiquiatra y psicólogo, la necesidad o innecesidad de psicofármacos para tratar un problema que puede ser resuelto mediante psicoterapia.

Y, así, es cómo se piden pastillas para todo; desde el insomnio, hasta recuperarse de una ruptura sentimental o de los celos en la pareja, de los problemas derivados de un largo periodo en el paro debido a la crisis, para las dudas acerca si se cumplirán las expectativas de futuro… en el fondo, subyace un exceso de preocupación por el futuro, ansiedad, y, de esta forma, los ansiolíticos cada vez se consumen más en España cuando una psicoterapia apropiada podría solucionar sus problemas.

De hecho, la última encuesta sobre alcohol y drogas (tengamos en cuenta que los ansiolíticos son psicofármacos y, por tanto, como cualquier otro medicamento de dispensación obligatoria con receta, técnicamente es una droga) del Ministerio de Sanidad afirma que los pacientes consumidores de ansiolíticos ha sufrido una evolución del 5’1% en 2005 al 11’4% en 2011. De la misma manera, un estudio de la OCU, afirma que un 29% de españoles ha consumido psicofármacos durante el último año, por alguno de los motivos que ya hemos expuesto.

De la misma manera, los datos proporcionados por dicho estudio de la OCU, alertan de que en casi el 60% de los casos es el médico de familia quien receta los antidepresivos, cuando no son especialistas en salud mental. Es por ello que se observa una reducción al 30% los casos en los que el paciente toma fármacos prescritos por un psiquiatra.

Los datos muestran, asimismo, que, en España hay 4 psicólogos y 6 psiquiatras en la sanidad pública por cada 100.000 habitantes siendo la media europea de 18 psicólogos y 11 psiquiatras. Obviamente, para la industria farmacéutica resulta más fácil… y productivo convertir cualquier mínimo problema en trastorno mental y esto nos lleva a realizar un gasto de 1.000 millones de euros en psicofármacos durante el año pasado, muchos de los cuales no se necesitaban y podían haber sido sustituidos por una buena psicoterapia.

El perfil del paciente habitual que usa dichos medicamentos es una mujer mayor de 34 años, con un nivel de estudios medio-bajo y que se encuentra en una situación económica difícil o de desempleo.

Así, el mayor problema con el que nos encontramos es que vivimos en una sociedad muy medicalizada por varias razones: porque el paciente que llega a su médico de familia con un problema de adaptación por ansiedad, depresión o estrés, prefiere tomar una “pastillita” a la que confiere supuestos poderes de curación inmediatos (y aquí retomamos nuestro viejo conocido pensamiento mágico) que ir a un psicólogo a realizar un proceso que, presuntamente, puede ser largo, aunque efectivo. Pero, por otra parte, a los médicos de familia también les resulta más fácil recetar “la pastilla” –cómo si sólo fuera una y no pudiera tener consecuencias adversas- que tener que intentar derivar al paciente a un psicólogo de salud pública -dónde le dirán que están saturados- y aún menos, ayudar al paciente con números de psicólogos privados con tarifas “de crisis” -porque no todos nos forramos.

Así que la sociedad se halla, cada vez, más necesitada de ansiolíticos o antidepresivos para funcionar pero es debido a que la propia sociedad lo permite. Y sólo aquellos que son capaces de reaccionar y afrontar sus miedos y sus realidades en lugar de esconderlas detrás de “la pastillita” serán capaces de recuperar el control de su vida. Pero, para ello, se necesita, como siempre, actitud positiva, implicación y psicoterapia.

Otro de los problemas más preocupante para los especialistas es que 6 de cada 10 pacientes dicen no haber sido informados del riesgo de tomar estos fármacos y de los posibles efectos secundarios como hipersomnia y paramnesias, entre otros muchos.

Asimismo, muchos de ellos, desconocen que los antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos no solucionarán la causa de su problema, lo cual únicamente puede hacerlo una adecuada psicoterapia, sino que eliminan la sintomatología que causa dicho malestar, es decir, el insomnio, el nerviosismo,… o, lo que es lo mismo, todos aquellos síntomas aparentes que llegamos a creer que configuran nuestro trastorno real aunque, el problema real, el causante de dichos síntomas, sigue agazapado, esperando el tiempo suficiente como para que sea necesaria una dosis mayor para producir el mismo efecto y, entonces, sólo entonces, quizás el paciente reaccionará…                                                                                                                                                                                                                                             Además, en algunos casos, especialmente si el paciente esta deprimido, pueden aparecer otros problemas derivados de la ingesta propia del fármaco; estamos hablando de la sobreingesta con un propósito claro de ideación tanatolítica

Finalmente, llega la última etapa; el médico de familia o el psiquiatra o el propio paciente, deciden que ya no quieren tomar más «pastillas” de la misma manera que, en un principio, decidieron lo contrario. Es importante subrayar que al dejar de tomar cualquier tipo de psicofármaco se debe realizar mediante una pauta determinada ya que es posible que aparezcan nuevamente problemas como dificultades para dormir, aumento de la  ansiedad e irritabilidad.

En este punto, sería importante incidir en diversas cuestiones; no existe ninguna “guerra” entre psiquiatras y psicólogos pero ya que los psicólogos también tenemos formación en Psicofarmacología y un contacto mucho más estrecho con el paciente, sería de agradecer que la comunicación entre profesionales fuera más fluida ya que, muchas veces, los pacientes toman ansiolíticos, por ejemplo, de la misma forma que aquel que lleva un cinturón de seguridad. Así, hace unos años, un paciente y yo hicimos un “trato” guardaría la caja de ansiolíoticos en un cajón y, cada noche, al ir a dormir, se preguntaría si el día le había ido tan mal y su malestar era tan intenso como para tomarse “la pastilla”. El paciente así lo hizó; cada noche abría el cajón… pero nunca empezó a tomar los ansiolíticos porque con la terapia era suficiente.

Otro de los puntos en que debemos incidir es en la falta de avisos, es decir, cuando se recetan psicofármacos, no se le dice al paciente que deberá limitar algunas actividades de riesgo o ,simplemente, conducir, bajo los efectos de los mismos ya que pueden producir somnolencia, como hemos dicho antes. Pero, mucho menos, se informa de que se debería limitar el consumo de café o té y que, por supuesto, mientras dure el tratamiento, no se debe mezclar ni con alcohol ni con sustancias de abuso. De hecho, es habitual que, en adolescentes, se les recete psicofármacos y no se les pregunté por su consumo de alcohol y, especialmente, de cannabis.

Ante todo este panorama expuesto, lo mejor es buscar alternativas para alejarse de los fármacos. Es por ello que los psicólogos recomendamos evitar, en la medida de lo posible, creer que la solución de los problemas se consigue a través de los fármacos.

 

Cada uno de los pacientes llega a terapia con una caja de herramientas vacía total o parcialmente. Es función de nosotros como psicólogos ayudar a los pacientes a adquirir las herramientas suficientes para llenar su caja, herramientas que les permitan afrontar todas aquellas situaciones de tristeza, ansiedad, estrés… que, en un momento determinado de su vida, les hayan hecho decantarse por los psicofármacos

Como parte de esas herramientas se le propondrá al paciente un cambio de sus hábitos; así, cambiar el estilo de vida para poder mejorar la pauta de sueño y alimentación o iniciarse en el ejercicio físico para que la liberación de endorfinas naturales, proporcione satisfacción.

Sin embargo, empezar a verbalizar la situación problemática para poder encontrar la causa del malestar, es el paso más importante. Todo ello, nos ayudará a aprender a relativizar las situaciones que nos ocurren y a afrontar las adversidades de una manera alejada del dramatismo

Todo lo dicho anteriormente, no significa que nunca se deban tomar psicofármacos, a veces, son necesarios. Pero ocurre como con los antibióticos, tomamos también cuando tenemos gripe y la gripe es un virus y los antibióticos sólo actúan contra bacterias. Entonces, creamos resistencias y alergias cruzadas. Por tanto, cuando sea necesario el uso de los psicofármacos es imprescindible preguntar los efectos secundarios y adversos, saber si somos alérgicos a algún componente pero, sobretodo, tener muy claro que, a veces, aquello que creemos que es  la solución se puede convertir en problema.